viernes, 19 de mayo de 2017

"El Fuerista. Órgano antiborreguil" (y 4)

Y el caimán se fue


El caso es que en Vivienda Valero sustituyó al navarro Federico Mayo Gayarre, hacía poco fallecido[1]. En su toma de posesión fue calificado por el Subsecretario del ramo como «hombre de temple, de lucha, de capacidad de trabajo e inteligencia, de formación jurídica cabal», salvo dislates habría que añadir. Entre otras cosas, contestó Valero en su intervención, «la presencia de navarros aquí me estimula en mi tarea […]»[2]. Descaro, atrevimiento, desfachatez en suma, que entonces no pasaba nada.

Como se ha dicho, el detonante de la publicación de El Fuerista fueron los contrafueros cometidos por el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento, el camarada Luis Valero Bermejo, rocín de la cuadra azul del furibundo José Antonio Girón de Velasco, su valedor. Cesado aquél, El Fuerista parece que perdió la razón de su publicación y no hubo ya número 6.

Para concluir habrá que decir que “Fuero” expresión de las libertades de un pueblo fue para el falangismo totalitario un concepto completamente extraño, pero ridículamente parodiado en 1938 por el decreto del 9 de marzo, que instauraba el “Fuero del Trabajo”, de aires fascistas a imagen de la “Carta del Lavoro” italiana. La parodia se completaría con el “Fuero de los españoles”, de 1945, que estableció los derechos, libertades y obligaciones de los españoles de entonces. Ambas normas, “fundamentales” para el franquismo, nada tuvieron que ver ni con el concepto foral tradicional ni con el carácter constitucional propio de la democracia liberal. Fueron mera apariencia, interesada por el Régimen, de un reconocimiento para la galería de las libertades civiles inherentes a la persona, pero en realidad sujetas a restricciones.




[1] Gran impulsor de la promoción de viviendas protegidas en la España de la postguerra. Falleció a los 58 años, era ingeniero de minas y estaba en posesión de la pontificia gran cruz de San Silvestre. ABC, Madrid, 11 de septiembre de 1954, p. 19
[2] La Vanguardia Española, Barcelona, 7 de octubre de 1954, p. 4.